La Rosa de España ( fragmento)

>> 22 julio, 2006

De acuerdo con los archivos españoles, tan sólo doscientos hombres defendían la ciudad de Portobelo cuando Henry Morgan y sus bucaneros la atacaron. El ejército español que llegó presuroso de la ciudad de Panamá contaba con poco más de ochocientos hombres. Morgan afirmó que eran novecientos lo defensores en Portobelo, y que de Panamá llegaron tres mil españoles para combatir a los bucaneros en la jungla.
El verdadero almirante de la Armada de Barlovento fue don Alonso de Campos y Espinosa, y su buque insignia fue la gran fragata Magdalena. El autor se ha tomado la gran libertad de reemplazarlos por Diego Delgado, hermano de María, y a la histórica Magdalena por el ficticio Santo Cristo. Los episodios que culminaron en la batalla de Barra de Maracaibo, excepto los actos novelísticos de personajes y naves, sucedieron más o menos como son descriptos. Todos los barcos mencionados en el libro, excepto el Dark Angel, el Lucifer, el Santo Cristo, el Raven, el Caroline Griffin, el Vengeance y el Jaguar, existieron realmente. ( Caribe,1664)

Fragmento de " La Rosa de España".

"...Como le había sucedido esa tarde en Santo Domingo, la re­acción sin ataduras de María sorprendió a Gabriel, lo sorprendió y lo complació y la sangre le hirvió en las venas cuando ella retri­buyó cálidamente el beso y su cuerpo suave se adaptó al de Ga­briel. El podía sentir el calor de la piel de la joven a través de la fi­na camisa que los separaba y con manos impacientes y premiosas se la arrancó, gimiendo de satisfacción cuando él acercó todavía más el cuerpo de la joven y su carne desnuda tocó la de Gabriel. Tenía la piel como seda y complacido, le masajeó suavemente los hombros y sus dedos se movieron ejerciendo una presión lenta y rítmica.
Suspirando de goce ante el contacto, María arqueó la espal­da como un gatito e inconscientemente apretó el pecho contra los rizos suaves y oscuros que cubrían el pecho de Gabriel. De pron­to sintió llenos los senos y los pezones se endurecieron, emitiendo vibraciones mientras ella se frotaba contra él; instantáneamente María cobró conciencia de un calor ardiente que se difundía lánguido a través de todo su cuerpo. Las largas piernas de Gabriel estaban apretadas contra las de María, y entre sus cuerpos abraza­dos, ella tenía perfecta conciencia de la virilidad cálida y rígida que se apretaba íntimamente contra el vientre femenino. Impulsa­da por instintos que no controlaba, las manos de María recorrie­ron, ardientes, el cuerpo musculoso, y se regodeó en la suavidad de la piel del hombre, en la fuerza de esa forma esbelta tan próxi­ma a la de ella.
Esas manos suaves y gentiles, que se movían ligeras arriba y abajo de la columna vertebral, aportaban tal placer sensual en Ga­briel, quien incapaz de controlar la pasión potente en él mismo, buscó una intimidad más profunda, sus labios separaron los de María y su lengua buscó y encontró la calidez húmeda y excitante de la boca. La besó con intensidad cada vez mayor y su lengua ex­ploradora llenó la boca de María, inflamándolos a ambos, mien­tras las manos de Gabriel abandonaban renuentes los hombros de la muchacha y descendían hacia los pechos. Apretó dulcemente la carne firme y su pulgar acarició intencionadamente un pezón mientras la otra mano palmeaba y acariciaba el otro seno; pero él estaba hambriento del sabor de esos tiernos botones y abandonando la boca de María sus labios delinearon un camino descendente hacia los pechos.
La boca de Gabriel era cálida e insistente mientras corona­ba los pezones, saboreando primero uno y después otro, y sus dientes la excitaban aun más mientras él rozaba y sorbía los extre­mos hinchados. La respiración de María era irregular, el corazón le martillaba el pecho y sentía el cuerpo como si estuviera consu­mido por el fuego mientras la lengua de Gabriel jugueteaba con los sensibles pezones y los dedos de María se enredaban en los ca­bellos oscuros de la cabeza, acercando más al hombre, ansiosa de que él la besara, queriendo que él continuase lo que estaba ha­ciendo, deseando y deseando...
Febrilmente ella se frotó contra el cuerpo de Gabriel y cuando él pasó una pierna sobre María para aquietar los movi­mientos nerviosos de la joven, y su miembro pulsante se frotó eróticamente entre los muslos femeninos, ella gimió de placer y frustración. La había poseído una dulce locura y ella deseaba que continuase, pero en sus entrañas había un dolor cada vez más exi­gente que se imponía a todas las restantes sensaciones y así, impo­tente, se frotó contra el cuerpo de Gabriel.
El estaba prolongando intencionalmente el momento que lo separaba de la posesión y quería excitarla hasta que ella enloque­ciera de deseo, decidido a lograr que cuando al fin uniesen sus cuerpos, ambos sintieran el placer del momento. Pero él la desea­ba tanto, estaba tan colmado de la necesidad urgente de zambu­llirse en el mar de éxtasis que como bien sabía los esperaba, que cada vez que el cuerpo móvil de María lo tocaba, casi perdía el control. Su boca se apartó del seno femenino, y apresó suavemen­te entre los dientes el lóbulo de la oreja de la joven, murmurando con voz espesa:
-Quieta, mi tigrecita española. Quieta, porque así ambos gozaremos. -Emitió una risa jadeante y agregó:- ¡Después de es­ta noche, no necesitarás temer que yo me retrase! Pero hasta que seas realmente mujer, no quiero avanzar con excesiva prisa.
María detuvo instantáneamente sus movimientos al oír las palabras de Gabriel y con una mirada de asombro preguntó tími­damente:
-¿Lo sabes?
Una sonrisa casi tierna se dibujó en la boca bien formada de Gabriel mientras veía los rasgos ruborizados de María. Besó tier­namente la comisura de los labios de la joven y murmuró:
-Lo se. Y más tarde... mucho más tarde... te diré cómo lo supe.
Sin darle tiempo a formular más preguntas, la boca de Ga­briel encontró de nuevo la de María, la besó con una intensidad apasionada que lo zambulló de nuevo en un mundo cálido y sen­sual habitado sólo por los amantes. Pero ahora había en los movi­mientos del inglés una urgencia febril y sus manos recorrían ham­brientas la carne de la joven, acariciando y excitando mientras se desplazaban desde los pechos, pasando por el estómago liso, has­ta la unión de los muslos.
Cuando él la tocó allí, María sintió un nudo en la garganta, tuvo un momento de temor, pero Gabriel murmuró suavemente contra la boca de la joven:
-No temas. Lo haré tan suavemente como pueda... y si te lastimo, será únicamente esta vez. -La besó con fuerza, su lengua explorando la de María y apartándose apenas de ella agregó con voz ronca:- Después de esta noche, nunca volverás a sufrir, queri­da... será cada vez más agradable.
Con un movimiento lento y sensual, la mano de Gabriel aca­rició los rizos pequeños y apretados, excitando hasta lo insoporta­ble la pasión virginal, de modo que ella presionó sobre los dedos invasores, ansiosa de la posesión total. Los besos de Gabriel fue­ron cada vez más exigentes, y con el mismo apremio hambriento que lo impulsaba a él, María retribuía sus besos y su lengua se movía excitada sobre la de su compañero.
Gabriel no pudo soportar más y se movió apenas de modo que su cuerpo se deslizó entre las piernas de María. Suavemente separó los muslos, deslizó una mano bajo el cuerpo de la mucha­cha para elevar apenas las caderas, y con la otra separó la carne suave, explorando dulcemente y preparando el camino a la pose­sión.
Ella sintió que él se movía apenas y entonces con intenso placer, casi sin aliento, advirtió que la cálida potencia masculina la penetraba lentamente. Su cuerpo tembló a causa de la dulzura misma de esa invasión; ansiosa de recibir todo lo que él daba, María arqueó el cuerpo, desesperadamente ansiosa de acentuar la fuerza de esos movimientos iniciales en el interior de su propio cuerpo.
Los movimientos de María casi anularon el control que Ga­briel intentaba imponer a sus actos, y la seda tibia de su cuerpo cuando ella lo aceptó con tanto ardor, fue el sentimiento más in­tensamente sensual que él había experimentado jamás en su vida. Gimiendo de placer, él le sostuvo las nalgas y con un control de cu­ya existencia no tenía ni sospecha, lentamente la penetró por com­pleto.
La posesión había sido tan tierna y dulce que María sintió a lo sumo una minúscula punzada de dolor cuando el cuerpo de Ga­briel la poseyó por completo. La asombró el placer que se difun­dió por todo su cuerpo al saber que ahora era una mujer, que el inglés había sido el hombre que le arrebató la virginidad y en un gesto erótico arqueó el cuerpo para acercarse todavía más al cuer­po duro y cálido del hombre.
Respondiendo a los movimientos de María, las manos de Gabriel aferraron con más fuerza las nalgas, y casi perezosamente comenzó a moverse sobre ella, y sus movimientos consiguieron que María cobrase sugestiva conciencia del modo total en que él la ocupaba, del poder que había en el cuerpo de ese hombre, y de todo el placer que ella podía sentir. El dolor exigente que voraz­mente había comenzado a manifestarse en sus entrañas pareció acentuarse con cada movimiento de Gabriel y ella descubrió que obedeciendo al instinto movía el cuerpo para salir al encuentro de cada envión. Sentía el cuerpo de fuego, atacado por un sentimien­to maravillosamente áspero que la llevaba a retorcerse desordena­damente bajo el peso de Gabriel, y a expresar con estridentes so­llozos su placer cada vez que los dos cuerpos confluían. De pronto, cuando ella creía que estaba a un paso de la locura a cau­sa del placer que la inundaba, su desvarío interior pareció explo­tar en un glorioso sentimiento de éxtasis y el pequeño cuerpo de María tembló a causa de la intensidad del goce.
María apenas tenía conciencia de los movimientos de Ga­briel, aún estaba aturdida a causa de sus propias reacciones, y sólo cuando él se apartó lentamente, la realidad recobró sus derechos. Pero, al menos por el momento, era una realidad muy agradable, pensó María soñadoramente mientras Gabriel la abrazaba y depo­sitaba un beso suave sobre la frente de la joven. Como si hubiera sido la cosa más natural del mundo en ella, se acurrucó junto a él, la cabeza descansando cómodamente en el ancho hombro. Quizás era la cautiva de Gabriel, musitó soñolienta, pero por el momento era una cautividad tan dulce que ella misma se preguntó cómo era posible que jamás la hubiese tenido."

Espero se diviertan con la lectura, como lo hice yo.
Un abrazo para todos...

Regina Noctis...

6 comentarios:

Anónimo sábado, julio 22, 2006  

wuaw!

Qué fuerte el fragmento que seleccionaste. Dime donde consigo el ejemplar completo, así sigo con resto, que ya me está gustando.

Anónimo sábado, julio 22, 2006  

Amiga:

Este relato de verdad que me emociona, si hasta siento que lo estoy viviendo( pero como testigo).

Juana

Anónimo sábado, julio 22, 2006  

Tomamos por asalto la casa de alguien que conoces y nos gustó lo que conseguiste. Hay cien por ciento de erotismo de alta densidad. Esto resulta inspirador.

Anónimo domingo, julio 23, 2006  

Regina, amada mía:

¡Esto es una provocación directa a los sentidos! Que me imagino todo, pero ¡todo!.

Julius Caesar in Septentrionem

Anónimo lunes, julio 24, 2006  

Tibi fidelis Thersites salutem dat. Abero paucos dies: mane tu, Regina, qualis es.

Anónimo lunes, julio 24, 2006  

Only Thersites?

And me?

Julius Caesar in Septentrionem